Hasta para mentir hay que saber


Hace cuatro o cinco años tuvimos la oportunidad de ver  la excelente película «La vida de los otros», ópera prima del director alemán Florian Henckel von Donnersmark sobre un experimentado oficial de la Stasi, la policía secreta de la extinta República Democrática Alemana, a quien encargan espiar a una pareja de conciudadanos suyos, sospechosos de traidores al régimen comunista.

La película es memorable por muchos motivos, pero a mí lo que más huella me dejó fue la secuencia inicial en la academia de la Stasi, con las lecciones sobre técnicas de interrogatorio que imparte el protagonista a los aprendices de espía. Y aún más específicamente, se me quedó grabada la lección número uno: «Cuando se les interroga más de una vez sobre la misma cuestión, los mentirosos repiten su historia siempre igual, mientras que los que dicen la verdad introducen variaciones».

Puede parecer paradójico, pues se supone que la verdad es única y la mentira multiforme, pero aquí de lo que se trata es de cómo se cuentan una y otra. Evidentemente, el que cuenta una mentira ha tenido que crearla él mismo, o bien la han creado para él, con más o menos detalles. Detalles que habrá memorizado, por lo que al ser interrogado los contará siempre igual, o casi. En cambio, quien cuenta la verdad, tiene que esforzarse en recordar los acontecimientos tal y como fueron, y en eso la memoria suele ser más imprecisa, sobre todo si ha pasado un tiempo desde que los hechos tuvieron lugar, por lo que al ser interrogado puede cambiar bastante los detalles de una a otra ocasión.

No es que yo aspire a ser un agente de la Stasi, más que nada porque se disolvió cuando cayó el muro de Berlín y porque no domino el alemán. Bueno, y porque no disfruto espiando a la gente, e imagino que tampoco torturándola. Pero de todo se aprende, hasta de los malvados, y esa lección me ha resultado de utilidad en ocasiones para detectar a algún que otro mentiroso.

Un mentiroso, lo aclaro por si acaso, es quien dice algo que no es cierto con plena consciencia de que lo hace. O sea, lo que nos enseñaron de pequeñitos que era mentir. Lo aclaro porque con este relativismo que lo invade todo (caramba, parezco Benedicto XVI), hasta las mentiras están perdiendo su calidad de tales. Parece que hoy en día todo lo que hay son «interpretaciones erróneas», «discrepancias de opiniones», «costumbres diferentes que hay que respetar», «visiones tamizadas por un entorno sociocultural diverso o por una perspectiva de género» y demás zarandajas. Pues mira, no. Hoy en día hay mentiras y hay mentirosos, como los ha habido siempre y como siempre los habrá. Y aunque es posible que no haya verdades absolutas, de lo que sí estoy seguro es de que hay mentiras que sí que lo son.

Y por supuesto que todos contamos mentiras y por tanto todos somos mentirosos en algún momento. Vamos, que como bien dice el Doctor House, todo el mundo miente. Pero no todo el mundo lo hace por los mismos motivos ni con la misma finalidad. No es lo mismo, por ejemplo, una mentira piadosa para no herir a alguien que mentir con la finalidad de conseguir un beneficio. Y aún dentro de esto último hay escalas. Porque decirle a una chica lo guapa y lo lista que es con intención de beneficiársela forma parte de las reglas del apareamiento entre humanos, sin el cual se extinguiría la especie. Y eso es algo que no queremos que ocurra. Lo de la extinción, digo. Pero si la chica tiene más de ochenta años y varias fortunas y lo que pretendemos es heredar una pasta gansa, pues ya estamos hablando de otra cosa.

Así pues, aunque todos contemos mentiras alguna vez, no todas las mentiras deben merecer la misma consideración. Y si hay algunas comprensibles y justificables porque hacen más bien que mal, hay otras que son dañinas, destructivas, miserables o abiertamente repugnantes. Y lo mismo que hay mentirosos ocasionales y aficionados, los hay profesionales y a tiempo completo.

De estos últimos, desgraciadamente, tenemos en política más de la cuenta. No digo que sean mayoría, ni mucho menos. Ni siquiera que en política haya más mentirosos que en cualquier otra profesión o actividad. Pero sí que a un mentiroso que se dedica a la política le resulta más fácil engañar a los demás que a uno que se dedique a alguna otra profesión, puesto que la herramienta principal de trabajo del político es la palabra, a veces (muchas veces) sin obras que la respalden. Por eso alguien que no ha desempeñado ninguna profesión ni ha tenido responsabilidad alguna en ninguna faceta de su vida, puede llegar a concejal, alcalde, diputado, senador o ministro a lomos de sus vacías y mentirosas palabras. Y hasta a Presidente del Gobierno, se han dado casos. Vaya si se han dado.

Pienso que deberían ser los ciudadanos quienes con su voto castigaran a los políticos mentirosos, pero me temo que no ocurre así, y nos encontramos con que la gente sigue votando mayoritariamente a «los suyos», no importa que se haya demostrado que son unos mentirosos o unos incapaces. Lo que importa es nada más eso, que son «los suyos» y que por definición son mejores que «los otros». O, dicho de otro modo, «son unos mentirosos, pero son nuestros mentirosos».

Y como no lo hacen los ciudadanos, no queda otra que el que sean los propios partidos políticos los que extremen las medidas de control para que los mentirosos no puedan medrar dentro de ellos. No basta con tener un Código de Buenas Costumbres o similar, aunque ese debería ser un requisito mínimo. Habría que identificar a los mentirosos y apartarles de cualquier puesto de responsabilidad, y muy especialmente de los cargos públicos.

Pero claro, primero hay que identificar a los mentirosos como tales, algo que es más fácil de lo que podría parecer. Como es un tema que me interesa, he leído bastante sobre él y sobre los signos externos que delatan a quienes mienten conscientemente. Signos que puede captar cualquiera sin ser un experto psicólogo, del mismo modo que uno puede saber si un tenista juega bien o mal aunque sea incapaz de acertarle a un balón de playa con un bate de béisbol. Aunque con una diferencia importante: el que de verdad sabe mentir es el no se delata de ningún modo, cualidad esencial para jugar al póker, al mus o a cualquier otro juego en el que sea parte esencial el engaño. Y que a mí se me dan fatal, por cierto.

La mayoría de los mentirosos, sin embargo, no sabe realmente mentir, y además de una serie de rasgos comunes, como el que mencionábamos al principio sobre repetir las historias falsas de modo casi idéntico, a los mentirosos habitualmente los delatan una serie de tics verbales y corporales. Pero claro, esos tics varían de una persona a otra, del mismo modo que para bromear empleamos distintos gestos y lenguajes. Así que para detectar a un mentiroso, una vez que tenemos sospechas de que lo es, hay un truco muy bueno: ponerle en una situación en la que se vea obligado a mentir y observar sus tics verbales y su lenguaje corporal. Una vez identificados ya solo nos queda esperar a que se repitan, y entonces sabremos que nos está volviendo a mentir. A mí, desde luego, me funciona.

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(Nota: Este post iba a formar parte inicialmente de la serie «Tontadas de verano» e iba a tener un tono más ligero, pero según lo iba escribiendo me costaba más bromear sobre el tema. Y es que me asquean tanto las mentiras y los mentirosos que me cuesta tomármelos a broma)

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4 respuestas a Hasta para mentir hay que saber

  1. Buena tesis sobre la mentira y los mentirosos. Te ha faltado algo que para mí es mucho más despreciable y que te brindo para otro de tus artículos: MEDIAS VERDADES, MEDIAS MENTIRAS, DISIMULOS, FALSOS TESTIMONIOS REVESTIDOS DE VERDAD y sobre todo de AUTORIDAD y por si lo quieres rematar LOS BULOS divulgados intencionalmente.
    Un abrazo.

  2. alexroa dijo:

    Pues sí, esa sería una clasificación bastante completa de las mentiras. Creo que ambos conocemos (y de cerca) casos ilustrativos de cada una de las categorías.

    Un abrazo y espero que hayas tenido unas buenas vacaciones.

  3. Maruja dijo:

    Este artículo tuyo me ha gustado mucho porque entra dentro de mis capacidades intelectuales. Y efectivamente hay muchos mentirosos, aunque también están los «sinceros» que te pueden hacer papilla en un par de minutos. Enhorabuena (y no va incluído el amor de madre)

    • alexroa dijo:

      Claro, ya digo que hay mentiras justificables, las llamadas «piadosas». Que tampoco es cuestión de andar metiendo el dedo en el ojo a la gente porque sí.

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